Carne de costumbre
HabÃan empezado amándose. Amándose locamente como empiezan todos los locos enamorados. Pensaron, como todos, que su amor era único y eterno, y acabarÃa con ellos en una espiral de fuego.
Los primeros años fueron maravillosos, de pasión desmedida y confesiones nocturnas. Viajaron todo lo que les permitió el bolsillo hasta que el bolsillo dijo basta. Comenzaron a trabajar con ilusión, y la ilusión se volvió pronto tedio. El cansancio se tradujo en horas de suelo y falta de cama. El sexo desapareció primero un dÃa.
Luego una semana.
Después, un mes.
A veces se miraban ya sin reconocerse. PonÃan sobre el otro a modo de máscara el recuerdo de quien fue en otro tiempo y se aferraban a la mentira, sabiendo que lo que una vez fue hacÃa tiempo que no era. Se vieron las arrugas del ama antes que las del rostro, y pronto lo que un dÃa era hermoso se convirtió en cien manÃas. YacÃan el uno junto al otro sobre la cama, bajo las mantas, y los roces fortuitos tenÃan el poder de invocar a la vergüenza.
Casi no se encontraban en el hogar, pero se aferraban a su historia en un desesperado intento de huir de la soledad. Ya no habÃa vida ni sueño sin el otro, pero no habÃa pasión ni magia. Eran carne de costumbre y de besos de buenas noches. Eran jaulas de sueños descartados en pos de un amor marchito.
TenÃan veintitrés años.
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